martes, 12 de enero de 2010

No me representa,señor embajador

Hoy, EL PAÍS publica una tribuna de un tal Máximo Cajal –que firma con el cargo de embajador de España (sic), es decir, servidor tuyo y mío- tremendamente contraria a la posibilidad de la creación de un Estado saharaui en el Sáhara Occidental. No me atreveré a esgrimir argumentos del tipo la legalidad internacional ha favorecido el derecho de autodeterminación del pueblo saharaui en infinidad de ocasiones. Y no lo haré porque tengo la absoluta seguridad de que don Máximo los conoce a la perfección. Sólo traeré aquí una frase que me gusta: “Ladran, luego cabalgamos”.Esa Tribuna preconiza unas opiniones asombrosas viniendo de un embajador de España: hay que tener cuidado de a quien le damos la libertad. Os pido que la leáis porque tal vez yo esté demasiado condicionado. Desde mi punto de vista, la tesis de ese artículo es que el pueblo saharaui es muy peligroso para dirigir su propia tierra y es más conveniente que lo haga un aliado fiel –tal vez sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta- para que podamos dormir tranquilos.Los argumentos que utiliza para sustentar sus puntos de vista son de aurora boreal, pero hay dos que me han dejado patidifuso. Uno es el secuestro del Alakrana. Ese argumento es de la categoría “como el Pisuerga pasa por Valladolid”… así que no perderé el tiempo en refutarlo. El otro ya es harina de otro costal. Parece ser que no debemos permitir la creación de un Estado saharaui… ¡Por patriotismo! Y ahí me tocan la fibra, por no decir otra cosa.Yo me siento español, muchas veces a mi pesar. Y estoy en esta embarcada, entre otras cosas, por patriotismo. Porque quiero que España termine de una vez por todas sus tareas y favorezca que “su colonia” deje de ser el único territorio de África pendiente de un proceso de autodeterminación. Lo siento, señor embajador, pero cuando firme sus artículos, tenga lo hombría de poner su nombre y apellidos, y no le agregue más títulos, porque –entre usted y yo- ser español es algo muy diferente a favorecer el feudalismo y la tortura. Al menos, en este siglo veintiuno.Si quieres leer la Tribuna, pincha aquí

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